jueves, 28 de mayo de 2009

Otra de ventanas


Con la ventaja de que, si logras abrirla, puedes arrojarte por ella sin peligro.

lunes, 25 de mayo de 2009

Cuarto de cebolla


De pequeño me enseñaron que el orden de los factores no altera el producto. Pero todo el mundo sabe que la cocina es algo más que pura matemática. Por ejemplo, si tenemos una cebolla, una mano y un cuchillo, dependiendo de cuál sea el orden en el que se superpongan estos elementos, obtendremos finalmente un revuelto, una ensalada o una carnicería. En cualquiera de los tres casos, eso sí, terminaremos llorando. Vaya, ¿será precisamente éste el sentido último de aquel principio que me enseñaron de pequeño?

jueves, 21 de mayo de 2009

Cáscara y corteza


Es curioso.
El eucalipto, sedentario por naturaleza, anda siempre de mudanza,
quiero decir,
mudando de corteza.
En cambio, el caracol, nómada incansable de las microdistancias,
no se muda jamás,
y termina sus andanzas cuando su cáscara creciente
alcanza la necesidad de los cimientos.
Uno no está del todo quieto. El otro no es del todo libre.
Los dos entrecruzan sus sueños. Tal vez se mienten.
Y a su manera,
son felices.

lunes, 18 de mayo de 2009

Contemplativa intrépida

Embalse de Arbón-Boal (Asturias)
Hay instantes que son apenas nada: el temblor de un trampolín bajo el peso de un cuerpo. Por el resquicio que queda entre la piedra y el musgo, viaja instantáneo ese temblor y llega hasta ti, de pie sobre la orilla callada. También él, por primera vez en todo el día está en silencio. Tú estás a punto de decirle que tenga cuidado, que no se acerque mucho al borde. Pero prefieres guardarte tu temblor, prefieres dejar que él sienta el suyo sin tus interferencias. Entonces llevas la cámara a los ojos y, como acostumbras, aprietas el botón. Dotada de un potente sistema antitrepidación, la máquina recoge fielmente la escena en toda su quietud. Y todo lo demás se olvida, como el registro de un seísmo sin daños.

jueves, 14 de mayo de 2009

Paravuelo


Estaba firmemente convencido de que volar era solo una cuestión de convencimiento. Y desde luego, nunca consideró que carecer de alas fuera un inconveniente, sino más bien todo lo contrario: un acicate. Por eso, aquella tarde en la que logró elevarse del suelo de una forma duradera, no experimentó sorpresa sino satisfacción, además de un ligero cosquilleo en cada uno de los remaches de sus ballenas de fibra reforzada. En seguida ganó altura y cuando quiso darse cuenta ya estaba dejando atrás bosques y praderas. A las dos horas de travesía sintió una ligera indisposición: necesitaba plegarse para desentumecerse un poco. Pero al parecer, dejar de volar requería dosis aún mayores de convencimiento. Tras cuatro días reforzando su autoestima lo logró y empezó a descender justo en el momento en que amainó el viento del oeste, lo que consideró una feliz coincidencia, además de un excelente augurio.

lunes, 11 de mayo de 2009

La escalera indiscreta


Este instante sucedió hace ya algo más de un año. Debido, supongo, a la superposición de otros instantes, la imagen quedó sumida en el archivo, pero permaneció en una especie de limbo de la memoria. Hoy, buscando otra foto en el baúl del disco duro, apareció ésta de nuevo, con el mismo aire casual de la primera toma. Y volvió a asomar la chica su rostro, o tal vez, quien sabe, lleva todo este tiempo en esa incómoda postura, interrogándose acerca de las intenciones de mi mirada indiscreta. Ya va siendo hora, pues, de darle la oportunidad de obtener una respuesta. Yo, como acusado, me acojo a la quinta enmienda, y callo. Prefiero que hablen los demás, aunque lo hagan en mi contra. Por ejemplo, Alfred Hitchcock, que de miradas sabía un rato, dijo a propósito de su obra preferida, “La ventana indiscreta”, que: “Quien ve en este filme solo una diversión, se parece mucho a su protagonista, que se contenta con observar la vida de los demás, desde lejos, para evitar examinar la suya propia”.

jueves, 7 de mayo de 2009

Contemplativa bucólica


Tal vez porque en tiempos remotos y felices fui pastor interino, a tiempo parcial y cubrebajas, es por lo que aún veo en el prao lentamente pacido por las vacas una tierna prefiguración del paraíso. No debo ser el único, pues a menudo esa escena se utiliza como icono de una pureza y una pereza imposibles que, pese a todo, podemos adquirir higiénicamente envasadas en los mejores supermercados y agencias de viajes. Lo curioso es que a medida que la presencia del icono se ha ido haciendo más frecuente, cada vez se ha puesto más difícil ver unas vacas haciéndole al pasto los honores con su sencilla parsimonia. Alguna queda en algún risco subvencionado, pero las más permanecen estabuladas día y noche como ponedoras obedientes. Sin embargo, la estampa sigue funcionando. Podríamos prescindir sin mayor problema de la leche, mas no de su publicidad, nunca de su promesa seductora. Ni de la ilusión de que aún es posible sentarse a contemplar como engorda la vaquina y a pastorear las moscas que enciende el sol del mediodía.

lunes, 4 de mayo de 2009

Posos


La playa amaneció cubierta del limo oscuro de nuestras bodegas, el desecho inservible de nuestros trabajos, una vez reducidas a polvo las entrañas de la tierra. Era el poso de todos los cafés tomados a cientos de millas mar adentro, el poso en el que podía leerse completo mi pasado, incluido el de los próximos veinte años. El cielo en cambio parecía traer la promesa de un lavado de cara, una lluvia futura en avanzado estado de gestación. Como estaba de permiso me quedé a observar la evolución de la mañana. Los volúmenes de las nubes fueron ganando solidez, más firme cada vez el trazo de sus contornos, más profunda y cierta su promesa. Por su parte los restos del carbón con la marea creciente perdieron pronto toda consistencia, y se fueron diluyendo en una nebulosa incomprensible. No sé en qué momento se produjo el intercambio. Solo sé que aquel día no llovió y que la marea cubrió la arena por completo.

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