Por El Antiguo de Oviedo
Igual que aquellos fumadores continuos que aprovechaban el ascua postrera del cigarro para prender la llama del siguiente, también el último sol de la tarde parece encender la antorcha de la noche. En las calles de la ciudad vieja se produce este relevo sin testigos y en ese trance vuelve un regusto acre de aquellos tiempos en los que el fuego era el precio de la luz, en los que para ver mejor había que abrasarse. Ahora, con menos madera y más cemento todo arde más despacio, un incendio a medio gas cuyo resplandor ilumina con extrema precisión el contorno de los rostros.