Me gustan las bicicletas y las paredes
desconchadas. De hecho, nada me agradaría más que desconchar paredes en
bicicleta. Lo de las paredes es reciente. Pero lo de las bicicletas viene de
antiguo. Recuerdo que entre ciclistas precavidos se decía aquello de que la
bicicleta es como la novia: nunca se la debe dejar sola. Para mí lo era
literalmente.
La primera se hizo esperar más de lo
razonable: yo era un niño tan crecido que había perdido ya la habilidad que
proporciona la inocencia y tal vez por eso siempre he sido un poco torpe con
las bicis. Aun así las arriesgadas incursiones más allá del fondo de la calle,
los primeros caballitos y sus aterrizajes, forman parte de ese fondo mítico que
surte los sueños y nuestras intuiciones más certeras. Con la siguiente planeé
mis primeros viajes, solos los dos, ampliando el radio de mi atrevimiento,
gozando de su dulce juego de piñones y compartiendo en ocasiones el placer,
amores de pandilla que servían para después disfrutar más si cabe nuestras
experiencias solitarias. Años más tarde mi primer sueldo fue a parar a una
nueva bicicleta: la primera paga debe dedicarse a la concupiscencia, pues es
sabido que lo contrario trae cien años de mala suerte.
Ahora en cambio me resisto a cambiar de
bicicleta, quizás porque sus pequeñas averías, su óxido y su robustez devenida
en sobrepeso encubren mi lamentable forma física, y ambos encontramos en esa
complicidad una nueva vía de acceso a la pasión. O sencillamente porque en la
pura resistencia hay un triunfo inesperado, tal vez ya el único posible. Aun
así no puedo evitar fijarme en cada bici que veo por la calle: el dibujo de una
cubierta entrevista o el brillo fugaz de un manillar son suficientes para que
la imaginación reconstruya todo su aparato y el milagro de su ligereza. Igual
que no puedo evitar un estremecimiento al escuchar el mecanismo de sus dientes
rasgando la piel del espacio.
Ah, y por favor, que quede claro que
cuando hablo de bicicletas, hablo de bicicletas, sin dobles sentidos, que este
para mí es un tema muy serio.
Lo de las
paredes, si os parece, lo dejamos para otro día.